Mi
nombre es José Alberto Lorenzo y aunque en realidad mi estancia en aquella
ciudad fuese muy corta y efímera jamás olvidaré las tardes de estío que en ella
viví.
Corría
el año 1942 cuando mis dos hermanos y mi hermana fuimos por primera vez aquella
casa de la Ciudad Lineal en la que residía un tío segundo de mi madre,
Francisco Ruiz Fernández, al que nosotros llamábamos Paco, con su hermana
Josefa (Pepa) ciega desde los seis años y que había quedado al cargo de él tras
la muerte de sus padres. En este
menester le ayudaba otra tía de mi madre Consuelo (Telo) a la que nosotros
teníamos gran aprecio, por ser una mujer muy simpática y emprendedora, además
de progre para la época.
El
caso es que en aquel hotelillo en el que los
tíos de mi madre vivían no era de su propiedad sino que residían allí
por un acuerdo al que habían llegado con su dueño el que resulto ser José María
Jarabo Guinea.
Llegados
a este punto y si el lector es fiel a este blog se habrá dado cuenta que esta
finca a la que nos referimos era “La Rosaleda”, sita en el antiguo nº 305 de
Arturo Soria y a la que dedicamos el capitulo “José María Jarabo, el asesino de
la Ciudad Lineal.”
Efectivamente
y como relatamos en aquella ocasión la finca situada en la manzana 86 entre las
calles del Marques de Urquíjo (Lorenzo Solano Tendero) y Marques de Torrelaguna (Estrecho de Mesina)
fue adquirida por el ilustre abogado don José María Jarabo Guinea en el año
1928 a otro propietario, y fue allí donde la familia paso la guerra civil hasta
que en 1940 se trasladaron a vivir a Puerto Rico.
Es
en ese momento cuando los tíos de mi madre se trasladaron allí quedando a cargo
de la finca debido a que el tío Paco se casó con una viuda que tenía dos hijos,
José Manuel y María Teresa, y esta última era la esposa de José María Jarabo,
el padre del asesino. Así pues realmente no eran familiares, sino simples
amigos que pactaron de mutuo acuerdo que ellos permanecerían en la finca hasta
su retorno de las Américas.
El
tío Paco y Mª Cañal Texido abuela de José Mª
Jarabo.
Es
entonces cuando yo comencé a pasar los veranos allí, desde que era un bebé
hasta los ocho años cuando José María Jarabo (hijo) volvió de Puerto Rico y
reclamó la propiedad de la finca. Corría el año 1950 y con un poder notarial de
su padre José María obligó a las tías Telo y Pepa a abandonar la casa,
trasladándose estas a Reinosa de donde eran originarias. En mi estancia en
aquella casa no coincidí con Cuqui (era así como nosotros llamábamos a Jarabo
hijo) nada más que en una ocasión, cuando se presentó en la finca con dos
amigos. El que tendría por aquel entonces veintitantos años, y entraba y salida
de la vivienda que en realidad era de su propiedad cuando le venía en gana a
pesar de que en ella residían los tíos de mi madre y nosotros que pasábamos con
ellos el verano. Subió al desván de la casa con sus colegas y yo les seguí sin
que se dieran cuenta, aquella gigantesca habitación estaba llena de juguetes
inconcebibles en aquella época, trenes eléctricos, juegos de mesa, e incluso un
pequeño organillo. Cuqui se acercó a una de las paredes y sacó uno de los
ladrillos de los muros, tras él escondía unos libros y una pistola; yo salí
corriendo escalera abajo tratando de olvidar lo sucedido aunque sinceramente no
creo que la pistola fuese real.
El
famoso Cuqui en octubre de 1940 y el recordatorio de su primera comunión.
Poco
después de aquel suceso mi familia abandono la casa y no supimos más de él
hasta que nos enteramos del múltiple asesinato a través de las noticias. Antes
de su ejecución su madre volvió a España y paso unos días en casa de mis
padres. Ella siempre negó que su hijo fuese un asesino, pero él mismo lo
confesó. Tras su muerte su madre encargó unos recordatorios y volvió a Puerto
Rico, nunca jamás tuvimos más noticias de ellos.
Recordatorio de defunción de Cuqui.
Aquí
acaba la historia de Jarabo pero no la mía, ya que durante los ocho años que yo
pasé en aquella casa disfruté de algo muy especial y que jamás podré olvidar.
Maravillosa imagen de la casa en construccion incluida en la coleccion de postales publicadas por la CMU.
Obsérvese el detalle del error tipográfico de la manzana cuando en realidad era la 86.
Imagen cedida por la Coleccion KLUMPCOL
Recuerdo
perfectamente la finca, con su gran puerta de hierro y el numero 305 esmaltado
en color azul y blanco. A la derecha quedaba el garaje, y la izquierda la casa
de servicio que en aquella época estaba deshabitada. Junto a la casa de
servicio existía un corralito con alambrada en el que había varios edificios
destinados a conejeras y gallineros. Un largo pasillo adoquinado conducía al
visitante hasta una preciosa rotonda donde se había plantado una palmera, a
ambos lados multitud de arboles, plantas y flores que formaban macizos
remarcados por una preciosas piezas de cerámica de colores. Al fondo entre la
vegetación se levantaba la casa, de dos plantas y con un precioso porche de
entrada.
Impresionante
imagen de la finca la Rosaleda antes de ser propiedad del Sr. Jarabo allá por
los primeros años veinte.
Dos aspectos del jardin. Se parecia
el detalle de la plazoleta que rodeaba a la gran palmera y un aspecto de la
casa, observeseen la imagen que el
balcon del piso principal que era originalmente de madera fue sustituido por
otro de hierro más resistente.
Una
escalinata con barandilla de madera daba paso al gran porche que daba entrada a
la casa, estaba solado con baldosín de colores y resguardado bajo un tejadillo.
La casa era verdaderamente grande, más aún
cuando uno es tan pequeño. Traspasando la puerta de entrada se encontraba el
hall desde donde partían todas las dependencias de la casa, y al fondo las
escaleras. El gran salón comedor era la zona más misteriosa y privada de la
casa, allí no pasábamos casi nunca, recuerdo una gran mesas de comedor y un
gramófono de bocina en uno de sus laterales.
Han
pasado casi setenta años pero aún recuerdo aquella escalera y a mi perrillo que
terminó enterrado en el propio jardín de la casa.
La
planta superior estaba dividida en cuatro dormitorios, un espacioso cuarto de
baño y un gran armario ropero. Yo dormía junto a mis hermanos en la habitación
que quedaba sobre la puerta de entrada y que en realidad servía de paso para el
resto de las dependencias. En realidad yo era muy pequeño y no recuerdo
perfectamente la distribución de la familia pero sí que mis tías dormían en el
dormitorio más grande, el del balcón y en el no entré más de dos o tres veces.
En la planta superior se encontraba la buhardilla que fue donde ocurrió la
anécdota de Cuqui y que ya os he relatado.
Casi
todo el tiempo que yo pasé en aquella casa trascurrió en aquel maravilloso jardín
en el que corríamos y trasteábamos. La parte trasera de la finca colindaba con
un inmueble que en tiempos había sido el colegio de María Teresa y donde la
hermana de Cuqui y el mismo habían cursado sus estudios de primaria e incluso
tomado la primera comunión. Tras en el inmueble se estableció Auxilio Social,
donde se educaba y recogía a centenares de niños que habían quedado huérfanos tras
la contienda. Batalla de Brunete fue el nombre que adopto este refugio y donde
cada día centenares de niños salían al recreo a jugar con una cochambrosa
pelota. Mis hermanos y yo les mirábamos desde lo alto de la tapia, todos iban ataviados
con uniformes y su cabeza estaba muy escasa de pelo. Cuando nos veían y a espaldas
de los profesores y tutores nos arrojaban piedras seguramente por envida de
aquellos juguetes que lucíamos, e incluso en alguna ocasión vimos cómo les “sacudían”
por desobedecer sus órdenes. Un día el maltrecho balón voló sobre la tapia y
cayó en el jardín, mis hermanos y yo nos quedamos parado y confusos, mi hermano
sin pensarlo chutó la pelota y volvió a traspasar la barrera que nos separaba.
Al momento una enorme algarabía nos dio las gracias por la devolución y además
nunca más nos volvieron a arrojar piedras.
Patio
de recreo y algunas de las clases de la parte posterior del Auxilio Social
Batalla de Brunete. En el margen superior izquierdo se ve al tranvía circulando
por la calle principal, y la parte inferior era la que colindaba con la finca
la Rosaleda.
También
recuerdo el haber ido con la familia a comer al bar “La Juanita” que se
encontraba muy cerca de nuestra casa, en la misma calle del Marqués de Torrelaguna
esquina con el camino de la Cuerda y donde degustábamos unas maravillosas
paellas.
Cuando
mis tías salieron de aquella casa ni yo ni mi familia volvimos a pasar por
allí.
Las tias Telo, Pepa y Teresa en
Reynosa.
Despues pasó el tiempo y las tias que
habían vuelto a Reynosa fueron falleciendo. Olvidé
aquella casa durante muchísimo tiempo y no fue hasta los años 70 cuando
trabajaba en las cercanías cuando me decidí a acercarme hasta allí para ver si aún
seguía en pie. Efectivamente el edificio estaba allí, y no pude resistir llamar
al timbre para intentar ver la finca. Al contrario de lo que el lector podría
pensar atendieron a mi llamada y es más, me invitaron incluso a pasar y visitar la vivienda. Todo parecía
estar en su lugar, el tiempo se había detenido en aquel chalet de mi infancia.
La casa se había reformado, al parecer el propio Cuqui había encargado una
reforma completa de aquella casa antes de que se la embargaran.
Lo
más llamativo y horrendo de aquella reforma era el baño de la planta principal
que había sido alicatado por completo en mármol negro, y en el que su
propietario se había gastado una desacertada fortuna. Desde luego aquel día
volvieron a reavivarse mis recuerdos. Pensé mucho tiempo en ello pero los avatares
de la vida fueron dejándolo en un tercer plano hasta prácticamente olvidarlo.
Los
años siguieron trascurriendo y tuve noticias de que la finca se había vendido y
la casa derribado, en su lugar un edificio de viviendas borraba por completo
mis recuerdos de niñez.
El
último contacto con estos recuerdos y además uno de los más intensos llegó no
hace muchos años cuando sufrí una aneurisma cerebral de que muy pocos pensaron
que me recuperaría. Durante mi estancia en la UCI de aquel hospital y durante
más de un mes no dejaba de pensar en mi niñez y en aquella casa que desde luego
hizo meya en mi infancia y que jamás podré olvidar aunque ya solo sea un
recuerdo.
Hace
algunos meses vi el artículo de Jarabo en internet y nuevamente florecieron con
más fuerza mis recuerdos que conté al autor de este blog para que todos
pudierais disfrutar de ellos.
Mi mas sincero agradecimiento a José Alberto Lorenzo por sus memorias y recuerdos y a Juanjo y Yolanda por su aportación gráfica.