Creo que desde que empecé a descubrir la Ciudad Lineal, la
ciudad para mí desaparecida tengo constancia de este edificio, quizás por su
magnificencia, a lo mejor por su
ubicación, tal vez por su inquilino, o
acaso por un cumulo de casualidades. Sea como fuere Villa Fleta fue y será sin duda alguna un referente en la historia
de la urbanización.
El solar donde se construiría el edificio estaba situado en
uno de los lugares más altos y de orografía más singular, en un paraje
denominado Atalaya poco antes de la cuesta del Sagrado Corazón, camino natural a
Chamartín de la Rosa.
Desde el altozano por donde se había conferido la trayectoria
de la calle principal de la Ciudad Lineal se tenían unas maravillosas vistas de
la capital, del espectacular colegio de Nuestra Señora del Recuerdo, y al fondo,
como si de un decorado se tratase la sierra madrileña.
El lugar era idóneo aunque un tanto escarpado, aspecto que
por otra parte facilitaría la construcción de edificios en varios niveles. La
manzana 73 se había dividido en tres sub-manzanas tal y como rezaba el proyecto
original, pero estas no estaban completas, ya que la hondonada que provocaba el
cercano arroyo Abroñigal limitaba la extensión de esta y eliminaba de un
plumazo la calle posterior Occidental.
El bloque central de
la sub-manzana 73 estaba compuesto por una treintena de lotes de terreno (parcelas
de 20 m. x 20 m.) lo que daba una extensión total de 12.000 m2. Esta
superficie fue asignada hacia 1902 a uno
de los primeros accionistas de la C.M.U don Francisco Amigó y González, que
llegó a ser incluso vicepresidente de la propia compañía, cargo que ostentó
hasta 1915 cuando se retiró por problemas de salud.
En honor a su generosa aportación económica a la empresa,
esta le concede su nombre a una de las calles de la urbanización, justamente la
situada en uno de los laterales de la parcela, quedando configurada su
ubicación de la siguiente forma:
Parcela de 40.000 pies sita en el paraje conocido como
Atalaya, manzana 73 de la Ciudad Lineal, lotes 11,12,13 y 14 letras
A,B,C,D,E,F,G,H,I, que linda en su cara oeste con 80 metros de longitud a la calle principal
de Arturo Soria; en su cara norte con 170 metros de longitud a la calle de Amigó
y González, en su cara este de 80 metros de longitud al arroyo de Abroñigal, y
en su cara sur con 140 metros de longitud a la calle de Francisco Gutierrez.
El terreno fue dividido en dos parcelas quedando de esta
forma distribuido en una de 24 lotes de forma rectangular y otra con 6 lotes en
forma de cuchillo. El terreno mayor a su vez se desgajó en dos partes idénticas,
configurando dos parcelas de 4800 m2 cada una, de las cuales
solamente fue edificada una, la más cercana a la calle de Arturo Soria.
En la imagen la parcela 73 al
completo. Dentro del círculo la sub-manzana propiedad de F. Amigó y Gonzalez.
Remarcado con el cuadrado la superficie finalmente urbanizada y construida.
Hay un dato curioso y anecdótico que traería de cabeza a las
visitas, mensajeros, y cualesquiera que fueran los importunados en llegar hasta
la calle de Amigó y Gonzalez, y es que su opuesta, atravesando la calle
principal de Arturo Soria se denominaba González Amigo, no por un error
tipográfico, sino porque esta se le asignó a otro accionista mayoritario, don
Ildefonso González Amigo, con lo cual el embrollo estaba garantizado. Por una
parte era un contratiempo pero quizás la C.M.U. pensó que en caso de confusión
al menos la molestia sería de menor grado que habiéndolas situado a kilómetros
de distancia. El caso es que con los años y en un momento determinado en la
década de los 50, la calle modificaría su designación pasándose a denominar al
completo calle de González Amigo, borrando de un plumazo la concesión dada a
don Francisco por la compra de acciones de la empresa.
En enero de 1903 se tiene conocimiento de que el cerramiento
de la parcela correspondiente al número 120 está prácticamente terminado y
pocos meses después en marzo que las obras de cimentación y planta sótano ya
están muy avanzadas. El resultado final de los trabajos concluidos hacia 1904
fue maravilloso y digno de mención por su belleza y suntuosidad.
El edificio se
levantó en tres alturas, el sótano quedaba en la parte posterior a la altura
del jardín, la planta baja a cota de calle,
primera y segunda dispuesta en buhardillas y torreón. El edificio se había construido en ladrillo macizo de dos
pies de espesor en sótano, y pie y medio en el resto de las plantas, siendo sus
forjados de hierro y bovedillas de tablero de ladrillo. En sus fachadas de
ladrillo visto se empleó todo un
muestrario del estilo neomudejar,
abultados en jambas, dinteles y pilastras, que fueron combinados con
preciosas escalinatas y balaustradas de “Portland” pintadas en blanco, dejando
entrever en algunos casos los pilares de forja.
La cubierta se realizó con forjado de madera y tejas de dos
colores, rojas y verdes, adornado con recargadas cresterías ornamentales de
zinc en aleros y cumbres. La cubierta del torreón de especial belleza y singularidad,
estaba realizada también en madera y este caso se recubrió de pizarra,
culminando la estructura con un alto pararrayos.
El cerramiento se
realizó con altas tapias de ladrillo a las calles de González y Amigó,
Francisco Gutiérrez, y posterior, adornando la fachada principal con una
maravillosa verja de hierro sujeta entre machones con puerta de acceso
principal en el centro de esta, frente a la casa. Existía además otra puerta en
la calle de Francisco Gutiérrez para paso de carruajes.
La casa que se afirma fue diseñada por Mariano Belmas,
arquitecto jefe de la Compañía Madrileña de Urbanización, fue un verdadero
icono para la Ciudad Lineal.
De hecho si nos fijamos en las representaciones y grabados
que se realiza consecutivamente en diversas publicaciones, casi siempre aparece
este modelo, que se publicitó
continuamente en la revista de la compañía, pero que no se volvió a construir
como ocurrió con otros modelos.
La vivienda se edificó
quizás excesivamente cerca de la calle de Arturo Soria, nueve metros separaban
el gran portalón de hierro del porche de entrada a la casa. Un preciosa
balaustrada de piedra artificial recorría una gran terraza que se había
construido en su frente, ocupando toda la fachada. En el centro del edificio y
bajo cuatro pilares de hierro que sujetaban una terraza del piso superior, se
encontraba la puerta principal de entrada.
Este porche, antesala del hall principal se había adornado con varios
frescos y detalles modernistas, dignos de mención aparte.
Un aspecto del jardín de Villa Filomena y la terraza que se
desarrollaba a las puertas de la casa.
El maravilloso porche de entrada a
Villa Filomena en los años 10. Obsérvense detalles tales como las pinturas
modernistas a ambos lados de la puerta principal de entrada a la casa.
A ambos lados de la puerta principal existían otras dos
puertas de acceso directo al comedor y al salón sin necesidad de entrar dentro
de la vivienda. Accediendo al gran hall principal, y frente a la puerta
encontrábamos la gran escalera a lo imperial que se dividía en dos tramos a la
mitad del trayecto para concluir en un corredor en forma de herradura que dejaba
ver el piso inferior y el arranque de la propia escalera.
La planta baja estaba
ocupada por el comedor, salón, gabinete, alcoba, cuarto de baños y cocina. Desde
esta última y a través de un corredor se
comunicaba al exterior mediante una escalerita, sirviendo de acceso a la casa
de servicio instalada a unos cuantos metros en la propia finca.
Desde el hall y
mediante una puerta que se había instalado bajo la escalera se podía acceder
a una preciosa galería acristalada de 41
m2 con vistas a Madrid.
En la planta superior
la galería daba paso a dos pasillos que iban dejando sucesivas habitaciones a
sus lados. Al fondo dos puertas daban paso a una gran azotea sobre la galería
de cristales de la planta baja. Siete
dormitorios todos con ventanas al jardín, con el defecto de que en esta planta
no había ningún cuarto de baño ni aseo. Desde uno de los dormitorios instalados
en el lateral del edificio se accedía a una escalerita de caracol que subía
hasta lo más alto del torreón, donde había un gabinete, y desde donde se tenía
acceso a la planta de bajo cubiertas.
La planta de sótano se destinó exclusivamente a cuadras y
cocheras, carbonera, leñera y almacén, con acceso a la parte baja del jardín.
Toda la finca estaba plagada de fuentecillas de piedra artificial,
parterres de flores, cenadores, y paseos a la sombra de frondosos árboles:
eucaliptos, pinos, álamos, castaños de indias, cedros, palmeras, etc.
La casa fue construida por la
Compañía Madrileña de Urbanización por 50.000 pesetas en el año 1904, cuando
aún la zona era un erial, y donde las fincas iban formando oasis según se iban
ocupando.
La calle de Arturo Soria a la altura de la finca Villa
Filomena con su característica torre.
Impresionante fotografía tomada desde uno de los ángulos del
jardín, en ella se ven la galería acristalada de la planta baja que en la parte
trasera quedaba a la altura de la primera planta y la azotea sobre esta.
La finca vista desde una casa vecina al otro lado de la calle
de González y Amigó con varios años de diferencia, obsérvese la frondosidad del arbolado.
Villa Filomena en todo
su esplendor en los años 20. En la imagen se aprecia con claridad los dibujos
que se realizaron en los tejados con piezas de diferentes colores.
La vivienda pasó a manos de Sotero Barón, un acaudalado
empresario teatral que junto con su hermana Isabel formaban parte de la
Compañía Clásica de Arte Moderno “Isabel Barrón- Cipriano Rivas Cherif.” Este
adquirió la vivienda pero no llegó a habitarla vendiéndosela a un tercero poco
tiempo después. Ese tercero llegó a la Ciudad Lineal de visita, buscando
vivienda donde refugiarse de los ruidos de las grandes capitales, y
establecerse no lejos de la urbe en un ambiente social alto.
El personaje en cuestión era el famoso tenor aragonés don
Miguel Burró Fleta, conocido mundialmente por Miguel Fleta. Según la revista
“La Ciudad Lineal” siempre que Fleta venía a Madrid residía en casa de su
sobrina carnal, doña Teresa Castro, esposa de don Luis Casaseca, harto de
causar molestia decidió adquirir una vivienda y fue esta la que tomó como su
morada.
Don Miguel adquirió
la vivienda en 1925 por 100.000 pesetas, poco tiempo después encargó su reforma
total, borrando de un plumazo cualquier rastro de Villa Filomena.
Miguel Fleta se trasladó a la Ciudad Lineal en un delicado
momento de su vida personal, su distanciamiento con la que sería su primera
mujer Luisa Pierrick, madre de su hijo Miguel, supuso un antes y un después en
trayectoria.
En enero de 1927 conoce a su segunda mujer en Salamanca,
Carmen Mirat, y allí se casa con ella en mayo del mismo año. Para entonces
Villa Fleta ya será un edificio diferente, irreconocible ante su antecesor.
Don Miguel Fleta en los años 20 cuando ya era un eminente
tenor. Nacido en una pedanía de Huesca Fleta llegó a ser uno de los tenores
famosos de todos los tiempos.
La reforma comenzó por la restructuración del jardín, creando
nuevos paseos, más amplios, y accesibles. La gran terraza frontal se eliminó,
alisándose el terreno y construyendo en su lugar una gran explanada, antesala
de la casa de cantos rodados de diferentes colores creando un maravilloso
mosaico de piedra.
Se eliminaron algunos de los arboles realizando una selección
y dejando más zonas soleadas. Se construyeron muros de carga para escalonar el
terreno, escalinatas y paredes de
granito, fuentes, y una gran pérgola de madera en la parte posterior
sujeta con magníficos pilares de piedra.
Se modificó la tapia a las calles laterales cubriéndola de cemento
coloreado en blanco. El cerramiento a la calle de Arturo Soria se hizo de igual
modo, cambiando la verja por otra más alta y más moderna. Se ampliaron los
edificios destinados a lavaderos, garaje y personal de servicio y se
construyeron en la parte más baja del terreno y alejada de la casa, gallineros
y conejeras. En el extremo opuesto se erigió incluso una piscina, moderno e
inusual detalle capitalista.
La casa se enfoscó al completo, se eliminaron los adornos de
zinc de los aleros y cumbres, se derribaron las balaustradas de piedra
artificial, se cambiaron por completo el orden de las dependencias, y la planta
sótano se habilitó como zona de servicio y descanso.
Un aspecto de la nueva “Villa Fleta”
en el número 120 de Arturo Soria poco después de su restauración.
Al parecer la decoración del edificio corrió a cargo del
ilustre escultor Mariano Benlliure, incluyendo cientos de detalles de buen
gusto. Paredes estucadas, altos frisos de maderas nobles, vidrieras, caros
tapices y alfombras, y un completo ajuar de artículos de lujo.
En su puerta principal se instaló un cartel de cerámica
compuesto por varias piezas en el que sobre un fondo amarillo se leía claramente
“Villa Fleta”.
Dos instantáneas tomadas desde un
aeroplano a finales de los años 20 donde se ve al completo Villa Fleta.
Cuando fleta se casó
en el mes de mayo de 1927 con Carmen Mirat se trasladaron a vivir a Villa
Fleta, donde los recién casados pasaron parte de su luna de miel, y celebraron
verbenas y fiestas en su honor.
Don Miguel Fleta y su esposa Carmen
Mirat paseando por unos de los paseos de Villa Fleta. Al fondo se ve parte del
tejado de la finca vecina “El Bosque” propiedad de don Ricardo García Guereta.
Los convecinos estaban encantados con tan ilustre
propietario, pues en muchas ocasiones amenizaba los silenciosos días con sus
arias y romanzas.
Muchos vecinos recuerdan la buena voluntad y humildad del
tenor, que celebraba durante las épocas estivales fiestas y verbenas en muchas
ocasiones benéficas.
Multitud de vecinos en una fiesta
organizada en los jardines de Villa Fleta, el tenor en la segunda fila a la
derecha de la señora de la blusa blanca. A la izquierda de esta Carmen Mirat.
Miguel Fleta a las puertas de su casa y en una de las estancias. Observese
en ambos casos las vidireras.
Don Miguel junto a un periodista de
ABC en Villa Fleta. La maravillosa vidriera que está a sus espaldas estaba
situada en el salón y por ella entraba la luz tamizada en infinidad de colores.
Dos fotogramas de un pequeño fragmento en el que el tenor
interpreta varias canciones desde la ventana de su casa y en uno de los paseos.
Desde una de las ventanas del primer
piso se tenía una maravillosa imagen del jardín, a la izquierda la calle de
Artura Soria, y al fondo la vivienda contigua “El Bosque”.
Carmen Mirat colgada de la solapa del
galán en el borde de la fuentecilla que aparece en la imagen anterior.
Espectacular imagen de la casa tomada
desde la calle de Arturo Soria en todo su esplendor.
Impresionante aspecto de la parte
posterior de Villa Fleta, con sus terrazas, galerías y porches que configuraban
sin ninguna duda una de las mejores edificaciones de la Ciudad Lineal. Comprenderá el lector el porqué de que el
recuerdo de Villa Fleta pasase a los anales de la Ciudad Lineal.
Otro de los rincones de la finca, un
paseo junto a las cinco casitas individuales para animales, otra de las
distracciones de la pareja.
A partir de 1928 el
tenor sufre nuevamente un altibajo en su trayectoria, esta vez profesional,
viéndose afectado por sistemas de voz fatigada, por lo que tiene que rechazar
los compromisos pactados con el Metropolitan de Nueva York, lo que le genera un
largo conflicto interior.
En el año 1930 recuperado de su enfermedad, realiza una gira
por Japón, China, México, Guatemala, Cuba, Puerto Rico y Canadá, en la que gano
más de un millón de pesetas.
Adquiere en la madrileña calle de Serrano otra vivienda más
modesta, trasladándose únicamente a Villa Fleta en la época veraniega.
En 1930 realiza unas comprometedoras declaraciones políticas,
ilusionado por el cambio político del país, apoya a la republica que le promete
mejoras en el campo lírico-teatral de la nación, llegando incluso a grabar el “Himno de
Riego”, utilizado como himno de la segunda república.
Decepcionado con la
Republica por su incumplido compromiso de apoyo a la música se afilia a Falange
Española, convencido por el propio José Antonio Primo de Rivera que conocía
desde hace tiempo. Puso a disposición de
Falange incluso su voz, grabando el oficial himno Falangista “Cara al Sol”.
Este cambio de aires políticos supone un antes y un después
en su carrera y en su vida, repudiado por los republicanos por la repentina
mudanza de bando y un tanto sospechoso ante los ojos de los falangistas, le
llevará a trifurcar con unos y otros quizás por completo desconocimiento de las
causas, y como único fundamento la música, y su voz que hacía llegar a todos
los rincones del país.
Realmente no soy la
persona indicada para documentar todo lo que aconteció después pero lo que es
verdaderamente cierto es que la figura de Fleta se vio manchada por unas causas
y circunstancias desmesuradas. Alguien que defendió ante todo a su patria, fuese cual fuese el
bando de esa maldita reyerta, creo que no se merecía un final tan fatídico como
fue el suyo.
Miguel Burró Fleta murió en la Coruña el día 29 de Mayo de
1938 de coma urémico, probablemente una nefritis, o quizás un proceso tumoral
renal, olvidado y repudiado. Tan solo algunos periódicos que años antes habían
dado en primera plana cualquier cotilleo de la vida del tenor de tenores se
hacían eco de la noticia con un mísero párrafo en la página de sucesos con
titulares tan duros como “Un fascista menos”, “Ha muerto el traidor”, o Murió
el Burro de Fleta.
Sus propiedades en un Madrid convulso son incautadas y saqueadas,
el ama de llaves y el resto del personal de servicio que no había sido enviado
al frente permaneció en la casa durante la guerra, intentando salvaguardar el
nido del ruiseñor que había muerto lejos de todo lo que más quería.
Villa Fleta fue ocupada por los republicanos estableciendo en
ella la residencia del comisario del II cuerpo del ejército. El lugar era
ideal, desde la casa se podía contemplar el camino de Chamartín y el arroyo del
Abroñigal. Dicen que antes de finalizar la guerra en este lugar se imprimieron
las octavillas contra el levantamiento del coronel Casado.
Finalizada la contienda, y después de algún tiempo el
edificio se rehabilitó, aunque nunca más se volvió a ocupar como residencia
estable de la familia Fleta. En el lugar tan solo vivían por temporadas
adineradas personalidades que arrendaban la finca, a pesar de todo en la
fachada seguía ostentando los carteles de “Villa Fleta”
En los año 40 es
arrendada a los vecinos estudios cinematográficos CEA para rodar algunas escenas
de la película “Canelita en rama” (1943), protagonizada entre otras
celebridades por Juanita Reina y Pastora Imperio.
Varios fotogramas de la película “Canelita en Rama” realizada
en los estudios CEA (Ciudad Lineal) en 1943.
En las imágenes
podemos contemplar como la pareja de dirige desde la puerta de la casa hasta el
coche situado en la calle de Arturo Soria.
En 1960 vuelve a servir de escenario para la grabación de
algunas escenas en la película “El Cochecito”, con Pepe Isbert como
protagonista, en este caso bajo la realización de la productora Films-59.
Un fotograma de la película “El
Cochecito” (1960)
La escena que nos ataña transcurre en
la parte posterior, junto a la puerta del garaje y vemos una panorámica del
camino que conducía a la puerta de acceso a carruajes a la calle de Francisco
Gutiérrez.
En la película además se ve una panorámica de los alrededores
de la Ciudad Lineal, con la piscina Stela como telón de fondo.
Pero sin duda alguna la película que serviría como referente
para perpetuar la imagen de Villa Fleta fue “Mónica Stop” (1967). El film
protagonizado por la que se proyectaba fuese una nueva niña prodigio, estaba
protagonizada por Mónica Saugranes
(María de los Ángeles Bello Fernández) y un gran reparto, Manuel Dicenta,
Florinda Chico, José Luis Coll, Luis Sánchez Pollack, y Álvaro de Luna entre
otros, a pesar de ello la película paso a la historia sin más pena ni gloria. Mónica Saugranes por su parte continuó con su carrera musical.
“Mónica Stop” un film
de 1967 protagonizado por Mónica Saugranes que fue rodada en su mayor parte en
la finca Villa Fleta. En ella podemos contemplar a todo color algunas de las
dependencias de la casa y parte del jardín. Sin duda alguna no tiene
desperdicio para los amantes de la Ciudad Lineal, a pesar de que el argumento
de la cinta es nefasto y tan solo se salva las dos o tres canciones de la
protagonista.
Dos fotogramas de la
película en los que se ve la fachada principal de Villa Fleta, desgastada pero
aún radiante. Su cuidado jardín y su silueta seguían destacando en una ciudad que
se iba desvaneciendo poco a poco.
Dos de los protagonistas se dirigen con un tercero hacia la
puerta de la finca Villa Fleta. Observamos al igual que en “Canelita en Rama”
detalles del suelo de cantos rodados que decoraban la entrada a la casa.
Mónica la protagonista
sacudiendo el polvo a una alfombra en la azotea de la fachada principal de
Villa Fleta. Véanse detalles como las piezas de colores del tejado de la casa,
o los detalles de forja de las barandillas.
Fotograma en el que
vemos una de las escalinatas laterales de la casa y la escalera de servicio que
condujo a la cocina en la antigua Villa Filomena.
Cocina de la casa de servicio instalada en la planta sótano
de la vivienda. Desconocemos
como quedó configurada la vivienda tras la reforma encargada por Fleta, y lo
que ocurrió con posterioridad, pero al parecer la casa contaba con diferentes
viviendas en el mismo edificio.
La escalera principal
de la casa apostada en uno de los laterales del edificio y que vino a sustituir
a la original escalinata imperial que Fleta mandó derribar.
Tras ese tapiz colocado estratégicamente se encontraba un gran hueco de acceso a la
galería de cristales.
La misma ventana en la que cuarenta años atrás aparecía el
tenor deleitando a los vecinos con su canto.
Otro aspecto del amplio vestíbulo principal
donde tiempo atrás estuvo la escalera imperial. En ese mismo lugar estuvo el
piano de cola donde Fleta ensayaba junto con su amigo y vecino el maestro José
Anglada.
(Compárese con la imagen en la que
Fleta parece tocando el piano.)
El maravilloso comedor
de Villa Fleta, dispuesto para una cena.
Un aspecto de las
casitas de ladrillo construida con todo lujo de detalles para los animales,
gallinas, conejos, palomas, y que se encontrada en la parte posterior más baja
de la finca.
En los años 90 y de
una forma un tanto curiosa e insólita llegan hasta mí unas cuantas imágenes de
Villa Fleta. Instantáneas tomadas por los propios moradores de la vivienda, en
este caso del servicio. Al parecer
son hijos y nietos del ama de llaves. Una amiga obsesionada con el edificio
(por mi culpa) dibujaba su torre en el margen de un cuaderno, su compañera de
pupitre le dijo: “Eso que dibujas es
Villa Fleta, mis abuelos vivían allí.”
Varios aspectos del jardín de Villa Fleta, magnífico detalle
del mosaico de piedras de la entrada principal, un aspecto del jardín y la
casa, y la fuentecilla con nenúfares donde años atrás posó Fleta con Carmen
Mirat.
A través de ella conseguí estas imágenes de las que no quiero
revelar su identidad porque realmente no puedo atribuirles un nombre, pero
estoy seguro que tarde o temprano daré con ellos.
Villa Fleta en los años ochenta era una de las pocas
supervivientes de la zona, quizás por su maravilloso edificio cargado de
detalles arquitectónicos, o tal vez por su poblado y bien cuidado jardín con
centenares de árboles y plantas.
La casa, a pesar del
mimo puesto por el jardinero y ama de llaves, iba perdiendo el blanco de sus
paredes que se teñían de rojo al dejar la antigua fisonomía de Villa Filomena
al descubierto.
Una de las últimas imágenes del edificio en los años 80. Se
observa como el enfoscado se iba desplomando dejando ver la identidad de su
antiguo morador.
(Espasa Calpe. Madrid)
Villa Fleta aguantó viento y marea con un aspecto fantasmagórico
en el centro de la gran avenida, en el nuevo número 245 de la calle de Arturo
Soria, era inevitable levantar la mirada hacia el edificio, y girarse después
pensando que en cualquier momento podría desaparecer para siempre. A pesar de
su aspecto sucio y desvencijado exteriormente, el interior estaba impecable, y
el jardín plagado de flores y plantas hasta el último día.
A pesar de todo,
siempre se tuvo la esperanza de que volviera a renacer de las cenizas, pero ese
día no llegó.
El edificio mostrando su aspecto más tétrico, instantánea que
pasará a los anales por ser “Villa Fleta” la más recordada de las fincas de la
Ciudad Lineal. (La Ciudad Lineal de Arturo Soria)
Una mañana de Semana Santa, cuando casi nadie en los años 80
se quedaba en la capital un bastión de máquinas excavadoras acabaron con Villa
Fleta y su jardín en menos que canta un gallo, como un crimen perfecto,
queriendo borrar todos los detalles sin dejar ni rastro de nada, ni de sus
fuentes y jardines, paseos y árboles, de sus artesonados y vidrieras, todo
desapareció en dos días.
Entre los escombros del crimen se encontraron algunas
huellas, señales que eran simples fantasmas.
Parte de la tapia que permaneció en pie algunos meses después
de la demolición, donde quedó el cartel que nos recordaba que allí yacía Villa
Fleta. (Imagen cedida por don Rafael Die y Goyanes.)
En la parte más baja de la finca entre los escombros y
arbustos todavía se podía reconocer lo que en su día fue la piscina, una fosa
común para un habitante muy especial. (Imagen cedida por don Rafael Die y
Goyanes)
Meses después el solar se dejó completamente barrido, tan
solo se salvaron dos o tres árboles, un par de cedros y un eucalipto que ha
terminado por morir, quizás de agonía en un lugar que ya no le pertenece, un
lugar que todos los enamorados de la Ciudad Lineal no olvidamos y que
permanecerá en el recuerdo, Villa Fleta.
En la actualidad es el número 245 de la calle Arturo Soria,
tres nuevos y flamantes edificios de hormigón y cristal ocupan el solar, desde
sus ventanas más altas se ve la urbe, que se ha filtrado dentro de la ciudad
lineal y a sus pies como un rio ya invisible la M-30, lo único de la escena que
no ha cambiado y que se deja ver tras el skyline de la ciudad es el maravilloso
decorado de la Sierra de Guadarrama.
Especial agradecimiento a Ricardo Márquez, Rafael Die y Goyanes y a Laura Fernández por su colaboración en este post.